Quién me ha robado el mes de Abril

Estos días alguna gente se ha acordado de la canción de Joaquín Sabina. Y es que estamos terminando este mes después de 6 semanas de confinamiento y mucha gente siente que le han robado este mes, un mes que seguramente en otros momentos estaría uno yéndose de vacaciones, disfrutando de alguna terraza y de ese cambio de hora que nos permite disfrutar de que anochece cada vez más tarde.

Curiosamente no es el primer mes de Abril que me roban. El primero fue en 2016. De hecho, como probablemente nos ocurra, no sólo me robaron ese mes, sino todo el año 2016, 2017 y casi el 2018 entero.

Y es a lo que vengo a contar, en este blog que he tenido 5 años abandonado, que tal vez sirva a algunos lectores, de mi experiencia, que algunos amigos me han dicho que podría ser útil a otras personas.

Mi robo de Abril 2016 fue debido a motivos de salud, particulares y no generales como con este dichoso coronavirus. Comenzó con unas molestias extrañas en la espalda en unas Navidades en el campo y fiebres altas. Se repitieron a finales de Febrero, después de una excursión a la montaña. Me fui a ver a mi familia a Salamanca pensando que tenía un catarro mal curado y ya nunca volví a mi piso en mi querido San Lorenzo del Escorial.

Hay días que se te quedan clavados en la memoria. Como ese 18 de Abril de 2016. Estaba dormido, serían las 10 de la mañana y sonaba el teléfono en la lejanía. Vino mi madre a decirme que era para mí. Era el doctor Marcos, un hematólogo del hospital Clínico de Salamanca que me había estado viendo hacía 2 semanas y que fue el que puso las cartas sobre la mesa. Lo que llevabamos detrás más de mes y medio tenía nombre. Se llamaba linfoma, de apellido Hodgkin. Es el cisne de los linfomas, curable (no crónificable) en un 80%. Un cáncer de la sangre, primo hermano de la leucemia.

Para quién no lo sepa, la mayoría de estos cánceres se suelen curar con quimioterapia de primera línea, 4 o 6 ciclos (en mi caso fueron 6 por lo avanzado que estaba) y se suponía que estaría resuelto el problema. Cada ciclo constaba de 2 sesiones de unas 4 o 5 horas en que te ponían via gotero varios medicamentos a la vez. Una bomba química.

A pesar de que parecía que a mitad de tratamiento estaba en remisión y al final del tratamiento en Noviembre me dijeron que estaba todo bien, 3 meses después reapareció la enfermedad. Y me tocó hacer una segunda línea de quimioterapia que incluía al final un autotrasplante de médula. Este es un tratamiento muy similar al trasplante de médula, pero el donante eres tu mismo. Te extraen células madre del torrente sanguíneo como a un donante de médula después de darte inyecciones de EPO para estimular tu médula.

Luego, semanas más tarde, te aíslan en una habitación con las medidas de seguridad para no infectarte y te las vuelven a poner en el torrente sanguíneo después de darte una quimioterapia tan fuerte que produje lo que llaman aplasia medular (te quedas sin médula para entendernos). Durante unos días te quedas con las defensas prácticamente a cero, con lo que cualquier infección podría provocarte la muerte, por eso el aislamiento. Mi encierro duro 18 días, aunque los más duros fueron los últimos 10 que fueron desde que empecé a perder las defensas hasta que volvieron a recuperarse a un número aceptable para poder volver a casa.

Pero en realidad durante todos los tratamientos (desde Abril de 2016 hasta Junio de 2017) y muchos meses después del tratamiento tuve que mantener algo que estamos aprendiendo todos como sociedad: la distancia social. Durante prácticamente año y medio no pude ir en transporte público, cafeterías ni acercarme a dar un par de besos a la gente. Cualquier persona con una simple gripe me podía contagiar y mandarme a urgencias.

Mi sistema inmune estaba tan tocado que tuve que prescindir de ver a familia y amigos durante mucho tiempo, salvo mis padres y hermano que se habían «confinado» conmigo en esa suerte de cuarentena particular a la que estaba sometido. Hasta mi hermano en su trabajo tenía que evitar a sus compañeros de trabajo que tuvieran una simple gripe por miedo a infectarse y transmitírmela a mí.

Incluso meses después de terminar los tratamientos tenía que ser precavido ya que mi sistema inmune estaba totalmente reseteado. De hecho hasta hace muy poco no he terminado de vacunarme de todo a lo que se vacuna a un bebé recién nacido. Había perdido toda la memoria inmune. Con lo que si quedaba con alguien, tenía que preguntarle si había estado enfermo o lo había estado alguien de su entorno. Tenía que minimizar los riesgos.

También tuve que aprender a ejercitar mi paciencia, que yo me considera ya paciente (en ese momento por partida doble), tuve que aprender a convivir con la convivencia y darme cuenta que yo podría haber pensado que eso iba a ser cosa de 6 ó 7 meses y luego podría retomar mi vida donde la había dejado, pero la vida me había destinado un parón de 2 años y medio y muchas incertidumbres. Incluso, quedaba lo peor: volver a la normalidad. Porque uno piensa que lo más difícil es superar la enfermedad, pero nadie cuenta lo que cuesta volver a la vida normal cuando tú por dentro ya no tienes la misma escala de prioridades: la salud va delante de todo. Y lidiar con el miedo a recaídas, secuelas, etc. Esa es la parte que los libros de autoayuda no cuentan.

Pero si no tenía suficiente con las incertidumbres de la vida a la normalidad ahora llegó el dichoso coronavirus. Si no quieres sopa, toma dos tazas.

En este momento de pandemia mundial, toda esa experiencia acumulada nos ha servido de entrenamiento a toda la familia para saber lo importante que es ser disciplinado. Por suerte, como ahora, las tecnologías fueron mis aliadas y pude mantener el contacto con mucha gente (la que quiso seguir a mi lado, claro está).

Hubo muchos aprendizajes que obtuve de esa experiencia tan extrema, desde aprender como hubo gente que se alejó de mi o que no entendió ese distanciamiento social, a sentirme más unido a mucha gente, algunos amigos incluso hecho durante la enfermedad, ya que podían entenderte mejor que nadie por lo que estabas pasando.

Recuerdo como si fuera ayer el primer día que me llevó al campo mi hermano. Estaba muy agotado pero muy feliz, es una actividad que me encanta y que llevaba casi 2 años sin poder disfrutar. O el día que volví a bañarme en el mar. O volver a un cine. O el día que salí del hospital después del encierro y me dio en la cara el aire de la calle, a pesar de ir en silla de ruedas débil después de haber perdido 6 kgs en menos de 1 semana por no poder comer. Pero me sentía vivo de nuevo.

Cada cosa que he vuelto a hacer por primera vez ha sido una sensación indescriptible. A mi me ayudó mucho durante el calvario de los tratamientos la lectura. De hecho digo que literalmente leer me salvó la vida. Me permitió viajar, en el espacio y en el tiempo. Solo pude centrarme en lo que podía hacer (pequeños paseos y alguna vez ir a alguna terraza en verano que estuviera vacía) y sobre todo no centrarme en lo que no podía hacer. Me centraba en que algún día podría volver hacer todas esas cosas que me hacían feliz, a pesar de la incertidumbre de no saber cuando llegaría ese momento.

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