Entramos ya en la nueva estación otoñal y uno se sorprende como ha pasado de rápido el verano. Desde que trabajo a turnos tengo muchas vacaciones repartidas por el año, pero por unas circunstancias u otras no he podido disfrutar de unas vacaciones largas en verano.
Es increíble como cambian las percepciones a medida que uno se hace mayor. Tal vez sería que la alegría de las vacaciones escolares cuando uno era pequeño me hacía olvidar los calores veraniegos. Tal vez porque ahora ya de adulto no soporto tan bien el calor estoy tan contento de vivir en la sierra y es por esto que este verano, como muchos de los últimos veranos, he decidido veranear en el norte, donde poder dormir con manta es un lujo que no tiene precio.
El que me conoce un poco sabe de mi gusto por el norte en general, el verde, las olas (inexistentes casi en el levante), las espaciosas playas, las montañas y sobre todo, la gastronomía.
Este verano, después de disfrutar una semana en la montaña, en Asturias, en los valles de Somiedo y Teverga, fui una semana a la zona de Viveiro en Galicia. Un poco decepcionado por como se han transformado los viejos pueblos en una serie de «mamotretos» sin ningún gusto, armonía y concierto, he constatado además algo que es un mal generalizado en muchas zonas de nuestro país en la hostelería. Y es la simple falta de profesionalidad (ya no digamos de la amabilidad).
Este verano, un día en Mondoñedo (un pueblo de los pocos en Lugo que mantiene cierto sabor), comiendo en un restaurante en una terraza, después de llevar casi una hora esperando por unas raciones de croquetas, ensaladas y navajas (las cuales debieron de buscar al mar), decidí preguntar al camarero que cuando nos pensaban servir. Recibí como contestación un «!cuando salga!, que sinceramente me irritó. Porque ya eran casi las 4 de la tarde y si hubiéramos buscado otro sitio hubiéramos comido a las cinco, sino le hubiera contestado que no se preocupara por la comida y que a nosotros «nos salía» irnos a otro sitio donde al menos fueran más educados y más profesionales.
Comentando esta situación con unos amigos, me comentaron que ellos en Huelva tuvieron que irse varias veces de algún restaurante porque ni siquiera les atendían. Yo les comentaba lo diferente que es comparado con los EEUU, y es que allí, desde los estándares europeos, rozan a veces la pesadez, pero si tengo que quedarme con algo, prefiero el estilo americano. Y es que allí la mayoría del sueldo, y a veces al completo, depende de las propinas, con lo que necesitan ser amables si uno quiere recibir una generosa propina.
Esto de que le atiendan a uno con cara de perro, casi suplicando que a uno le cojan la nota, le sirvan y ¡hasta para pagar!
Para un país cuyo 30% del PIB depende del turismo, tendríamos que acostumbrarnos a mejorar el servicio al cliente, una gran cuenta pendiente, no sólo en el sector de la hostelería sino en otros sectores.